lunes, 4 de abril de 2011

Reportaje: ciudad

Se necesitan otros 400 centros educativos de este tipo para cubrir la demanda en la zona

La luz de La Bombilla

María Luisa Casar es una religiosa que hace más de una década se empeñó en construir una escuela en el barrio 23 de Marzo de Petare y hoy tiene una fortaleza escolar, custodiada por vigilantes que nadie puede ver, donde le da clases, desayuno y almuerzo a más de 450 niños y niñas

(NELIDA FERNANDEZ ALONZO)

Para llegar al plantel se sube por una calle que está detrás de Makro de la Urbina, cuando se llega al paredón donde aparece la cara de Diosdado Cabello, se sube a mano derecha y ahí, culebreando, se llega a una cima desde donde se puede ver, mirando hacia abajo, la Escuela Básica Jenaro Aguirre Elorriaga, del barrio 23 de marzo, sector La Bombilla, Petare.

Es una construcción, que aunque es de ladrillos y pudiera camuflarse con el entorno, se nota cuidada y bien mantenida, es una visión que reconcilia al visitante con este barrio que por lo general está arropado por montañas de deshechos. “Ya he parado el tránsito en la autopista un par de veces para pedir que me quiten la basura, porque aquí nos enfermamos y de ese poco de desperdicios que ves ahí han salido unos gusanos enormes”, dice la madre María Luisa Casar, la religiosa que decidió meterse en La Bombilla hace más de 20 años con la idea de evangelizar y terminó fundando una escuela en la que estudian 450 niños y niñas que además reciben desayuno y almuerzo en el plantel.

“Yo conocí a la hermana hace unos 15 años cuando ella le daba clases a una docena de niños en un ranchito que solo tenía un cuartico, un comedorcito, una cocinita y un baño. Se llegaba subiendo una escalera que era como una pared, y mientras yo jadeaba de cansancio, ella subía los 64 escalones de dos en dos”, cuenta Sammy Eppel, quien para la época era comerciante y hoy en día forma parte del grupo de colaboradores fijos con los que cuenta esta monja que son sus 74 años irradia una energía que parece inagotable.

Como el ranchito le quedaba pequeño y cada vez había más alumnos, María Luisa fue alquilando habitaciones en viviendas vecinas, hasta que se cansó y decidió construir una escuela. “Yo pensé que estaba loca, pero después tuve que reconocer que los locos son los que logran las cosas. Me dijo que ya tenía un terreno y resulta que lo que había era una media luna en una calle. Fue ahí donde la hizo”.

Pero las leyes de los barrios no son tan nobles y a la religiosa le tocó pelear con un gentío: “Se me apareció un señor que me dijo que no se me ocurriera estar construyendo nada ahí, porque el tenía ese espacio para hacer unas casas que iba a vender. Venía, me amenazaba y así. Pero uno no se puede dejar amedrentar”, dice la religiosa y cuando se le pregunta quien construyó la escuela, si ella o Dios, solo responde: “Siervo útil eres si haces lo que tienes que hacer”.

Cuatro pisos para 450

Y construyó el templo para los niños. Obviamente no lo hizo sola. Se movió para conseguir los recursos. Como maestra del Colegio Cristo Rey, invitó a los representantes a colaborar y pidió ayuda.

Algunos colaboradores cautivos, como Eppel, le sugirieron que hiciera la Fundación Madre María Luisa Casar y esa fue una buena idea. Los gobernantes de turno nunca se metieron la mano en el bolsillo para colaborar: “A los alcaldes que han pasado por este municipio les he solicitado ayuda, pero no me han dado nada. ¿Qué si creo que el nuevo irá a cambiar las cosas? No creo, a menos que se ponga a hacer las cosas ya, pero no se. Ya yo no confío. Si son como los otros y no quitan la basura, también les cierro la autopista”.

Y ahora que está listo ¿Quien mantiene la escuela? “La Divina Providencia, empresas, organizaciones, algún banco. Nos dan donaciones y hay quien nos da becas”.

La escuela va de primero a sexto grado, tiene un dispensario que funciona desde hace más de 15 años donde atiende una pediatra tres veces al día y un consultorio odontológico. Son cuatro pisos llenos de salones incluyendo uno dedicado al núcleo de la Schola Cantorum de Caracas donde da clases una ex alumna de la Jenaro Aguirre. Además hay una buena cocina donde se preparan los 500 desayunos e igual número de almuerzos que se sirven de lunes a viernes. Hay un patio de recreo y deportes al que apenas entra la luz porque tener ventanas es darle la bienvenida a la delincuencia. “Si claro, se han tratado de meter, pero no han podido. “¿Quién cuida esto? Dios, quien más. Bueno, hay gente que vigila otras casa cerca y mira para acá”.

En la planta baja estuvo la capilla que ahora es un aula de clases: “no creo que Jesucristo se vaya a molestar, el sabe de las necesidades que tenemos. Ahora el pobre está damnificado en un rinconcito”, dice María Luisa riendo. Pero es que en Petare la demanda de educación formal es mucha y toda la oferta debería contar con este sistema que además les ofrece dos comidas y asistencia médica. “¿escuelas como esta? Creo que se necesitan unas cuatrocientas más, para cubrir toda la parroquia”, dice la Madre.

La vigorosa María Luisa dice que el colegio es “muy pequeño” pero aclara que “está bien acomodao”. Allí estudian los dos hijos de Daira Correa, la señora colombiana que vende mango verde con sal frente al plantel y también estudia Gerardo Padilla, que ya tiene 12 años, está en sexto grado y quiere ser presidente.

“Yo quisiera ser presidente para ayudar a los que estén necesitados, buscaría a la Guardia, pero no para que se sienten en una silla a ver como matan a los vecinos, sino a defender a nuestro país”, dice el alumno que ya va de salida pero que no se puede desprender de su escuela: “yo quisiera que aunque nos vayamos al liceo sigamos así, queriendo a la Madre, ella nos va a durar por mucho tiempo y si se nos va, nos cuidará desde el cielo”.

El reto de cambiar un estilo de vida

Cuando se metió en el 23 de Marzo, en 1986, se dio cuenta que tenía que hacer un trabajo con las mujeres para terminar beneficiando a sus hijos, “porque hay un problema de autoestima, porque es ella la que lucha y es la que tiene todas las de perder, porque ella cree que tiene que tener un hombre al lado todo el tiempo y termina llenándose de hijos de padres diferentes que ella termina manteniendo sola. Ellas son sufridas y ellos muchas veces no tienen trabajo y lo poco que ganan se lo gastan en cerveza”.

Ayuda a los niños y enseña oficios a sus madres. “Han aprendido a hacer tortas a trabajar con flores, a cortar pelo. Muchas me ayudan aquí”. Todas esas lecciones también están orientadas a evitar el maltrato a los pequeños: “Ese es un problema terrible, más de 40% de los alumnos son golpeados, los marcan en la cara, en la espalda. Por eso no puedo castigarlos aunque muchas veces se porten mal”.

María Luisa es testigo de todas las formas de violencia:: “por aquí se pasean con sus armas, no hay policías y con este problema de autoestima, que la gente es pedigüeña, quiere que el gobierno se los de todo, y lo que les tiene que dar es empleo”.

Pero hay cambios. La maestra Blanca Espejol de 5to grado, cuenta que uno de los niños de su clase, pobre entre los pobres, llevó por primera vez una arepa de su casa y decidió repartirla entre sus compañeros del salón: “yo lo vi y lo paré arriba de la mesa para que todos lo aplaudiéramos, eso fue muy bueno porque me di cuenta que las enseñanzas de la madre están llegándole a los alumnos”.

El barrio enseña

La Madre María Luisa Casar recibió el pasado 9 de diciembre el premio B’nai B’rith de Derechos Humanos que entrega la comunidad judía, cada año, a una personalidad que se haya destacado en esta área.

Ella no quería ceremonias, prefería que le entregaran el dinero que se iba a invertir en el acto y prescindir del protocolo. No obstante, aceptó el evento pues entendió que gracias a estos encuentros podía conseguir más fondos. También aprovechó la oportunidad para aclarar que ella entendió hace mucho tiempo, desde su posición de religiosa, que no podía estar diciendo “a boca de jarro” que Dios era vida, “sin procurar mejorar la vida de los más necesitados”, por eso decidió actuar e invitó al público presente a no conformarse con el papel de espectadores con respecto al trabajo en derechos humanos.

Dijo, además, que ha aprendido mucho en el barrio: “El encuentro con los más necesitados es un dar y recibir, nos convierte en maestros y también en discípulos, nos enseña a restar importancia a las adversidades, a compartir lo material y los valores espirituales, a ser agradecidos con lo que tenemos, a sentir alegría y conformidad, a tener amor a la vida por precaria que sea, a tener solidaridad familiar. Al final, es difícil ponderar si es más lo que hemos dado que lo que hemos recibido…”.

Para no ser espectador

Quienes deseen apoyar la obra de la religiosa pueden apoyar a la escuela y a sus alumnos a un niño o niña o realizando donaciones grandes o pequeñas. En Navidad, la Madre dice: “me vienen bien los regalos del Niño Jesús en forma de cuentos, creyones, lápices o también juguetes, ¿por qué no? Sobre todo para los chiquiticos.

Telefax: 0212.2677483

Correo electrónico: funmmlc@cantv.net

Depósitos en la cuenta corriente de la Fundación Madre María Casar número 01040018080180065547 en el Banco Venezolano de Crédito.

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